ORGULLO Y ADICCIÓN
Hoy me gustaría empezar con una frase de Sófocles (poeta
griego): “Todos los hombres se equivocan, pero un buen
hombre cede cuando sabe que ha hecho algo mal y lo repara. El único crimen es
el orgullo “.
No puedo contar las veces, por cuantiosas, en las
que observamos cómo el orgullo engaña a los pacientes. Emprenden caminos que
les hacen daño por no saber bajarse de ese sentimiento que apaga la conciencia
y les hace pensar que les protege.
Cuando hablo de este orgullo, hablo del sentimiento
que bien podría ser sinónimo de la soberbia o arrogancia. Ese “yo lo puedo
todo”, que aparentemente es poderoso, y que, sin embargo, desempodera a la
persona que lo mantiene. El poder, si es que procede de algún sitio, está más
cerca de la vulnerabilidad, de conectar con lo que uno necesita y poder
mostrarlo de una manera clara a los demás, conectando con la humanidad, que es
aquello que nos une, que nos hace sentir vivos. Y en el fondo, lo sabemos.
Sabemos que, si apagamos el ruido mental de este tipo de orgullo: “Yo llevo
la razón”, “A mí nadie me pisotea”, “Quién se ha pensado que es”, “A mí me da
igual”, “De mí no se ríe nadie”, “Qué va a saber él/ella”… Si conseguimos
sumergirnos profundamente y lograr alejarnos de esta altivez, aparece una
sensación de que algo no está yendo bien. Reconocemos que hemos errado. Que no
somos perfectos. Que no controlamos todo. Eso, duele. Pero no reconocerlo,
empequeñece, te hace sentir incómodo y no avanzar.
Por otra parte, tenemos la otra cara amable y
saludable del orgullo. Esa que podría nacer de un equilibrio, una especie de
sentido de dignidad, de valoración del esfuerzo y de las cualidades propias,
que nos hace entender que merecemos ser respetados al igual que respetamos a
los demás.
La adicción, y la rehabilitación de la adicción,
están muy relacionadas con ambas caras de este concepto.
Por una parte, iniciar un proceso de rehabilitación
necesita de una intensa valentía para atravesar la culpa y el dolor que genera
bajarse del orgullo “negativo”, de la soberbia. Reconocer y decir: “Ey, me
he equivocado”.
Por otra parte, se requiere una buena dosis de
coraje para ver las cualidades con las que uno cuenta para poder afrontar, de
otra manera, el desafío de un proceso como es el aprendizaje desde cero para
afrontar los problemas que uno arrastra.
Desde Las Flotas tratamos de pulir ese orgullo
“positivo”, reforzando las cualidades personales que permiten a los pacientes
que se dejan ayudar, y que los llevará a un lugar más acogedor y menos
conflictivo con ellos mismos. Por otro lado, invitamos a que se bajen del
orgullo “negativo” a través de la humildad, para que puedan perdonarse y curar
la herida que supone saber que uno ha fallado.
¿Y qué otras orientaciones damos a las familias
durante el tratamiento de rehabilitación? En próximos posts, las iremos
revelando.
Porque desde Las Flotas seguimos manteniéndote informado. Seguimos ayudándote.